Una vez expatriada, ¿siempre expatriada?

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Tengo que confesar que hace mucho que no me costaba tanto trabajo el despedirme de mi familia en México.

De una manera totalmente inesperada, me rebasó una tristeza inmensa al decirle adiós a todos ese último domingo de julio al terminar nuestras largas vacaciones de verano.

A lo largo de estos 17 años viviendo fuera de México, esas despedidas ya son parte habitual de mi vida y la de mis hijos. Esos abrazos fuertes y apretados con la incertidumbre de no saber cuándo exactamente tendremos la oportunidad de convivir de nuevo, es un sentimiento que, según yo, ya tenía dominado y amaestrado.

Sin embargo, esta vez lo sentí distinto, mucho más profundo.

No estoy segura de qué fue, pero lo que sí sé es que esta vez la palabra “expatriado” me resonó de una manera completamente distinta.

Según la Real Academia Española, expatriado significa simplemente: “que vive fuera de su patria”, sin embargo para mí ha tenido significados muy distintos en las diferentes etapas de mi vida y hoy me sacude con uno nuevo e inesperado.

Cuando trabajaba para una empresa multinacional en México, la palabra expatriado significaba y describía a ese CEO Americano que ganaba mucho más que todos los demás y que la compañía le pagaba no sólo su sueldo, sino también su vivienda y la escuela de sus hijos.

Cuando me ofrecieron la oportunidad de irme a vivir a Texas como “Expat” de esa misma compañía, la idea me pareció maravillosa y firmé sin dudarlo. Ya que ahora, además de obtener ese estatus tan anhelado en la compañía, comenzaría una historia increíble al casarme con mi novio de toda la vida.

Puedo afirmar sin temor a equivocarme que esos primeros años de matrimonio como expatriados, para mi esposo y para mí fueron increíblemente divertidos. Dos ingresos, muchos viajes y una aventura extraordinaria juntos al poco a poco ir descubriendo esa vida nueva en una ciudad nueva. El principio de una aventura que formó los cimientos fuertes y estables de nuestro matrimonio que hasta la fecha disfrutamos.

Después de un par de años decidí dejar de trabajar para tener hijos y lo único que sé es que cuando eres mamá primeriza y expatriada y conoces a otra mamá primeriza y expatriada, el lazo de amistad es para siempre.

Compartes preocupaciones, frustraciones culturales y toda clase de experiencias que le dan un nuevo significado y sentido de pertenencia a la palabra expatriado al transformar esa amistad en familia y esa ciudad en tu hogar, en donde ahora las comidas familiares de los domingos son con esos amigos entrañables.

Cuando mis hijos crecieron, la definición de expatriado cambió radicalmente. Se transformó en la difícil labor de educarlos adorando el país de donde vienen, pero también respetando y queriendo ese lugar en donde nacieron.

Labor complicada cuando unas veces al regresar a Estados Unidos después de un viaje internacional el oficial de migración te dice ¨Welcome Home” y otras veces te bombardea de preguntas ofensivas al cuestionar desde cuándo vives en Estados Unidos y por qué tienes dos pasaportes.

Ese contrato de expatriada que firmé hace 17 años debió haber incluido una cláusula que dijera: Precaución: una vez que aceptes el estatus de expatriado, éste es irrenunciable, innegable y jamás te podrás deshacer de él, ni siquiera regresando a tu país.

¿Ni siquiera regresando a mi país? ¿Cómo?, nunca nadie me advirtió que el visitar mi ciudad, ahora como turista, se sentiría tan familiar y a la vez tan extraño y ajeno.

Es como si visitaras a una vieja amiga después de muchos años de no verla y la encontrarás completamente transformada después de una cirugía plástica extrema. Reconoces su voz y algunos gestos, pero la ves tan diferente, tan cambiada, que te hace dudar si es esa amiga de siempre que tanto añorabas.

Es por lo que hoy la palabra expatriado toma un nuevo significado. Pasa de estatus temporal a permanente, y eso duele. ¿Será que siempre me sentiré así?

Soy ciudadana de dos mundos. Me encanta la ciudad en la que vivo y adoro la ciudad en la que nací, pero ambas me sacuden con un clima político complicado y difícil, en donde el Presidente del país en el que vivo ataca y ofende al país en el que nací y el Presidente del país en el que nací lo empobrece y paraliza.

Este verano tuve la oportunidad de visitar la frontera entre España y Francia y fue realmente extraordinario el cruzar de un país a otro sin mayor alarde. El desayunar en España, ir a la playa en Francia, y regresar a cenar a España es algo común y cotidiano para los habitantes de esas ciudades vecinas. Cómo me gustaría el poder ver algún día esa situación pacífica y maravillosa en este continente.

No sé si la definición de expatriado regresará algún día a su estatus de temporal, o volverá a cambiar radicalmente de una manera que me sorprenda como lo hizo cuando nacieron mis hijos, pero lo que sí sé es que volvería a tomar todas y cada una de las decisiones que he tomado hasta el día de hoy.

El arrepentimiento no es un personaje en esta historia ya que estoy convencida de que estoy en donde tengo que estar y con quien tengo que estar. Tampoco se trata de un tema de identidad, soy y siempre seré Mexicana.

Me siento feliz y satisfecha con todo el aprendizaje y las experiencias que he tenido durante estos años fuera y no tengo la menor duda de que no las cambiaría por nada.

Sin embargo, a ratos, tan sólo a ratos, me pregunto qué hubiera sido de mi vida si no hubiera adquirido este estatus vitalicio de expatriada.